Más o menos como a los 7 años tomé cierta conciencia de cómo era mi cuerpo. Culito redondito y piernas bien torneadas. Tomé esa conciencia por una casualidad: estábamos de visita con unos familiares los cuales solo tenían niñas y mi ropa se ensució por alguna razón que no recuerdo. ¿No les dije? Soy un chico. La solución que fue encontrada para el asunto de mi ropa fue que usara un short y una blusa de una de mis primas, a fin de cuentas, (dijeron mis tías) no pasaba nada. Un short pequeñito en color rojo y una blusa blanca con estampado de florecitas. Wow, el short marcaba mi bultito y sobretodo, se metía entre mis nalguitas porque me lo puse sin ropa interior. (No me prestaron panties de mi prima). Recuerdo que mis tías solo me miraron asombradas por el resultado pero no dijeron más. Así pasó el fin de semana, yo disfrutando la suavidad de la ropa de mi prima y muy sorprendido por la forma en que se me veía. Debo decir que me encantó.
Hasta ahí no habría pasado de ser una anécdota de mi niñez. El problema fue, cuando los chicos de la cuadra también notaron mis redondeces. Creo que esas formas que tenía, no eran las habituales para un chico, creo que más bien eran las de una niña y pues...
No recuerdo como empezó el seguimiento de los chicos más grandes, pero si recuerdo que me resultaba sorprendente y a la vez placentera tanta atención. Tenía una vaga idea de lo que pretendían, eran chicos algunos ya de entre 10 y 12 años, así que ellos tenían más nociones del sexo que yo. No soy gay, no me gustaban los chicos ni mucho menos, pero el ser su centro de atención, de la manera como se daban las cosas tenía el poder de hacerme sentir maravillosamente.
Así una tarde, me encontré ante una de las decisiones más trascendentales que he tomado en mi vida, responder a una pregunta cruda, hecha por un niño que quizás no medía el alcance de sus palabas: ¿Te dejas coger? Insisto que tenía una idea no muy concreta de lo que me pedía pero después de pensarlo un poco terminé por decir que sí, si dejaría que ese chico intentara penetrar mi pequeño trasero.
A esa edad, lo menos que tienes claro, son las consecuencias de tus decisiones y esa que tomé, me traería efectos para mi vida futura que jamás me habría imaginado. Pero esa es otra historia que contaré en otra ocasión. Había un terreno de siembra cerca de nuestro barrio y en las tardes era nuestro lugar de juegos. Inmejorable para la aventura que estaba por vivir. Mi amigo tenía 13 años, era de los más grandes de la palomilla, tosco, fuerte, trabajaba en el campo. Tenía las manos grandes y no mucha delicadeza. Habíamos hecho una pequeña cabaña de ramas y en ella nos metimos para lo que teníamos planeado hacer. Usaba yo un pequeño short sostenido solo por un resorte. Él se sentó en el piso, me tomó de la cadera, bajó mi short de una y me dio la vuelta para quedar mi culito frente a su cara. Me sobó un poco con esas manos ásperas, bajándolas por mis pantorrillas hasta mis tobillos, haciéndome unas cosquillas deliciosas.
Me dio la vuelta de nuevo para volver a quedar de frente a él. Desabrochó su pantalón, bajó su trusa y surgió ante mí, un pene no muy largo pero sí bastante grueso (así lo recuerdo). Circuncidado, con una cabeza que me pareció tan enorme, que me hizo dudar que pudiera entrar en mí. Me sonrió, me hizo ponerme en cuatro y sentí como untaba un poco de saliva en mi entradita. Yo solo estaba a la expectativa, dejándolo hacer y esperando no sabía bien qué de aquellos preliminares. Se colocó tras de mí, sentí su cuerpo mucho más grande que el mío envolverme por completo, separó mis nalguitas y comencé a sentir la punta de su pene en mi anito. Empujó tomando mis caderas con fuerza pero no pasó nada. Lo intentó de nueva cuenta y el resultado fue el mismo. Entonces, me atrajo hacia el así como estábamos hasta quedar sentado y yo encima de él. Debo confesar, que hice lo que estaba en mis manos (o en mis nalgas) para que el encuentro fuera exitoso. Me acomodé lo mejor que pude, empujaba hacia abajo con mi peso mientras él lo hacía halando mis caderas pero no hubo cambios. No entró.
Creo que fue decepcionante. Pero no perdimos el buen humor. Encontramos una solución que creo lo dejó contento. Me puso de rodillas, se levantó quedando ese tronquito grueso frente a mi boca y por supuesto me hizo que lo chupara. La experiencia no fue muy agradable, creo que no se había bañado y el sabor de su miembro era muy salado. Pero aun así, saboree esa deliciosa y enorme cabeza, lo chupé con fruición, pasando mi lengua sobre su punta y llenando mi boca por completo, como si fuera una paleta. Llegaron entonces los demás chicos de la cuadra rompiendo el encanto. Nos separamos, subí mi ropa, el acomodó la suya y salimos de la cabaña para unirnos a los juegos vespertinos.