Lincy Acosta

Desde los 7 parte 3

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Anonymous
May 16, 2017 05:56 PM 0 Answers
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Así fue, la aventura más bien comenzaba. Mi cuerpo iba cambiando, creciendo, y si bien estaba musculándose, no lo hacía con el mismo entusiasmo que el de mis amigos hombres con excepción de las piernas. Siempre jugué al futbol, así que mis piernas tomaban un tono muscular bastante definido y junto con ellas también mis nalgas.

Ignoro que sensaciones les cause a los chicos el tener el trasero redondo, muchas veces, más redondo que las chicas. A mí me hacía sentir sensacional y al mismo tiempo culpable. Tenía la referencia de mis compañeras de la secu y debo decir que estaban lejos de verse como un servidor. Dicen los psicólogos, que existe entre las mujeres la envidia del pene, de la libertad que en apariencia otorga el ser hombre o varón, mejor dicho. No lo sé. Creo que en muchas ocasiones la envidia es mutua. Así como ellas envidian quizás esa libertad de la que nosotros gozamos para muchas cosas, creo que también nosotros envidiamos varias actitudes o formas de ser y de ver la vida que se dan solo a las chicas.

Una de ellas, para mi claro, fue el uso de faldas. Esa petición de mi madre acerca de ponerme una de sus prendas y la forma en que su mirada describió la manera en que me veía, hizo que tuviera la curiosidad de experimentar un poco más con la ropa de chica. Mi prenda favorita, era una falda negra, cortita, untada al cuerpo que estaba por alguna razón en casa. Y digo por alguna razón, ya que era muy pequeña para ser de mi madre y muy grande para ser de una hermanita recién nacida que tenía entonces.

La primera vez, aprovechando que no había nadie en casa, abrí el cajón en el cual estaba guardada, la tomé con cuidado, bajé mi short y con el corazón latiendo a mil me la  puse. Me sentó perfecta. Fui al espejo para ver el resultado y wow, parecía que la habían mandado hacer para mí. Me hacía lucir preciosas mis piernas y mis sentaderas sobresalían de manera muy  sugerente. Me encantó. Me miraba de frente, de lado, volteaba para verme de espaldas y la sensación de aprobación crecía. Casi no tenía vello en las piernas así que la vista era aún mejor. Me senté frente al espejo, crucé las piernas como veía hacer a las chicas y wow, sentí que mamá tenía razón en su apreciación sobre mí.

Desde entonces, el gusto por vestir faldas quedó en mí de manera indeleble. No fue la única que llegué a usar, aunque siempre en casa y siempre a escondidas. Y sobre esa premisa, tuve que descubrir algo que aún me acompaña en mi día a día: las panties.

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