Estábamos en una salida de campo, de un departamento a otro, 20 horas por tierra, a punto de perder la línea del culo y encobijados para mitigar el frio de esa nevera que llaman flota. De repente, le metí los dedos en la blusa, no dijo nada, fingí acariciarla, no se quejo, baje la mano, no hubo resistencia, le frote el clítoris, le gusto, le metí los dedos, le encanto. Hacia lo humanamente posible por no gemir y yo para que mi pene no me reventara el pantalón. Mientras tanto, un compañero en la parte de atrás se hacia el que no veía y escuchaba lo que hacía y lo que ella sentía. Se vino y yo, aguantándome las putas ganas de meterla en la cobija y que me chupara el pene hasta ahogarla en semen. Nunca en la vida había sentido tantas ganas y al mismo tiempo, había provocado tantas. Es que estaba enamorado y esa bisexual (creía en ese momento) un trato digno y no el de la promiscua que era.
En la flota le metí los dedos
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