Me había terminado y volvía a la casa, quería de ello que era lo único que nos mantenía atados: sexo. Nunca en mi vida me había cogido a una mujer con tanto odio y desdén, contra la pared, en el mueble, en la cama… La arrastre por la habitación como a un animal dispuesto a ser golpeado. Quise que fuese la última vez, que me recordara por el resto de su inestable y miserable existencia. Incluso, llegue a pisarla como si fuese un trozo de basura; la tenía en la cama con la cola levantada y me ubiqué de tal forma que mi pie llegará a su cabeza y me pene hasta sus entrañas; la pise queriendo ahogarla en esa almohada, esperando que sus ganas de volver se sofocaran en ella. Terminamos, ambos satisfechos y sudorosos. Al final, un abrazo y la promesa vacía y aparentemente inocua, de amarnos una vez más hasta el próximo hastió. Lo volvimos a hacer, era genial como se había acostumbrado a mis gustos y exigencias, pero ese día, en ese momento me la folle como si la despreciara, la trate peor que a las putas que había partido, como a un juguete viejo con el cual uno juega para verlo acabado y así poder comprar uno nuevo.
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¿Qué más puedo añadir? En algún momento de ira, en medio de la habitación me la follaba de espaldas y ella gritaba, le tape la boca y la incline un poco (su cuerpo hizo un pequeño arco), pero le di como si quisiera reventarle esas nalgas, entraba y salía, el calor aumentaba y por ende el placer, luego cambie de posición… En algún momento, le tomé de los brazos y se los deje como si estuviera esposada y mis manos fueran grilletes, aumente el ritmo, le di más fuerte y ella no paraba de gemir.
Podría intentar recordar más y especificar más, pero ahora el sueño me gana